EN LLAMAS
Joan Eagan
es una agente de policía que perdió a su novio y su fe en Dios entre los
escombros del desestere de las Torres Gemelas. Con el corazón roto Joan aceptó
un puesto en el departamento de policía de una pequeña localidad de California
y se compró una casa modesta al pie de un cañón aislado. Paul Lutz, un exitoso
guionista de Hollywood casado y padre de tres niños, recala en esa pequeña
localidad con la intención de buscar localizaciones para un rodaje. Un día de
otoño de 2003, la bengala de un cazador, origina uno de los peores incendios
forestales de la historia de California.
SEÑALES DE
HUMO
Joan Eagan se despertó poco antes
del amanecer del domingo 26 de octubre con un mal presentimiento. En lugar del
estridente aullido de un despertador, lo que había interrumpido su sueño esa
mañana era la completa ausencia de sonido. En el estado surrealista que existe
entre el sueño y la plena conciencia, fue dándose cuenta de que el dormitorio
estaba tenuemente iluminado por un tono extraña pero en apariencia benigno de naranja.
Al principio sintió la tentación de recrearse en el amable y soñoliento fulgor
de un día libre sin prisas ni compromisos. Entonces se activaron sus instintos
de policía.
¿Por qué, si se podía saber,
estaba la muda mañana empapada en aquella desconcertante tonalidad rojiza?
Salió corriendo al patio, examinó
el entorno inmediato en busca de información pertinente y objetiva que pudiera
ayudarla a evaluar la situación. Tomó buena y certera cuenta del olor a
chaparral quemado y árboles carbonizados, y el inconfundible hedor de las
pieles de animales chamuscadas mientras avanzaba hacia el pesebre de sus
caballos.
Los dos animales percibían el
peligro; eso se hizo evidente en cuanto Joan abrió de un empujón la puerta del
viejo granero.
Buscó el teléfono móvil que
llevaba en el bolsillo del chándal y pulsó en marcación abreviada el número de
la comisaría.
-Policía del Canyon View, al
habla Zelinski.
-¿Dave? –Preguntó con voz
inexpresiva a la que trató de que no asomara el pánico-, ¿Qué coño pasa?
-Relájate, Eagan –murmuró un
Zelinski a todas luces distraído-. El incendio está muy lejos de tu casa.
-¡David, presta atención! ¿Dónde
está el incendio? –insistió, nada afectada por su tono rezongón.
-Lo tienes más de veinte
kilómetros al norte (...)
EL
TROTAMUNDOS
Paul Lutz llevaba paseando por la
Reserva Forestal de Cleveland Desde el alba, pero no fue hasta las ocho o así
cuando reparó por primera vez en la oscura columna de humo que se elevaba en la
distancia. Aunque nunca había sido un hombre dado al pánico, de repente sintió un escalofrío que le bajaba
rápidamente por la espalda a pesar de la temperatura calurosa.
A su alrededor flotaban cual
plumas unas cenizas finas como el papel, que recubrían el suelo y formaban una
capa sobre los arbustos disecados que a buen seguro prenderían como un
artefacto explosivo con la mecha corta.
Millares de teas resplandecientes
y naranjas revoloteaban alegremente, mecidas por las altas corrientes de aire
como si se burlaran de la futilidad de sus esfuerzos. Paul había pasado el
suficiente tiempo en aquella tierra de incendios para comprender la gravedad de
semejante visión (...)
LECCIONES DE
VUELO
Joan y Paul estaban sentados con
serenidad en el borde de la piscina, con la
perra aovillada confortablemente entre los dos. Bañaban los pies desnudos
en el agua relajados mientras contemplaban el avance de los fuegos que los
consumirían sin remisión.
De repente Paul Lutz lo asaltó la
tristeza, no porque supiera que ya estaba muerto, sino porque Annie y los niños
todavía tenían que enterarse. Si al menos pudiera ponerse en contacto con ella
de alguna manera pensó. Si algún día pudiera hacerle saber que no había
sufrido, que la había amado a ella y a los niños hasta el mismísimo final. Pero
los vivos no suelen tener acceso a esa información, recordó con un suspiro.
-¿Paul? –dijo ella con voz queda
y los ojos castaños encendidos.
-Nunca he creído en Dios –declaró
con firmeza-. Bueno, a lo mejor de pequeña –se corrigió-, pero no después del
11 de Septiembre. No después del dolor, el sufrimiento y la pérdida que sentí.
-Puedo entenderlo.
-¡No, espera! Prosiguió ella-. De
golpe y porrazo, me doy cuenta de lo mucho que me equivocaba.
-¿Ah, sí?
Joan alzó una mirada triunfal
hacia los fuegos airados y su cara adoptó una expresión radiante.
Es curioso quelas cosas que antes
me hacían dudar de la existencia de Dios sean las mismas que ahora me la
demuestran. Como un incendio, por ejemplo todo un proceso de purificación para
la tierra.
¿Qué pasó en el 11 de Septiembre?
–Preguntó con dulzura-, ¿Cómo demuestra eso la existencia de Dios?
-Me acabo de dar cuenta de algo
muy importante sobre aquel día que no había recordado hasta ahora mismo
–respondió emocionada, con los ojos luminosos del color de las llamas.
-Aquel día vi el rostro de Dios
–susurro ella, sobrecogida. Lo vi en la cara de mis compañeros que subían por
las escaleras de la Torre Sur mientras todos los demás bajaban en dirección
contraria. Lo vi en los ojos de la gente corriente que se paraba a ayudar a los
demás a salir de allí, sin preocuparse en absoluto de su propia seguridad. La
mayoría de las personas nunca llega a ser testigos de la auténtica bondad que
reside en el corazón de todos los seres vivos de este planeta. ¡No me puedo
creer que me hayan hecho falta más de dos años para procesar y descubrir eso!
Supongo que hasta ahora no estaba preparada para mirar más allá del dolor y la
amargura.
Paul estaba tan conmovido, que le
costó encontrar las palabras que quería pronunciar.
-En el mundo espiritual, no
existe4 lo que conocemos como espacio o tiempo. Lo único que importa es que en
un momento dado te abras a ese conocimiento, por mucho que tardes.
-Lo sé –confirmó. Todo es un
ciclo permanente: nuestras vidas, los incendios forestales, las experiencias
que tenemos. En realidad no morimos nunca. Tan sólo seguimos atravesando
distintas fases, durante las cuales a veces topamos el uno con el otro y a
veces nos separamos por una temporada… al menos, hasta la siguiente fase… o
vida.
-Joan –dijo con mucho énfasis-,
hay algo que tengo que contarte ahora mismo.
-De acuerdo.
-Estoy muerto.
-¿qué?
Verás, me encuentro en una de
esas fases distintas que acabas de mencionar. Estoy bastante seguro de que ha
sucedido al otro lado de esa loma de allá. Creo que es allí donde he completado
una fase y he empezado otra. Había una apersona que ha venido a mí. Me ha dicho
que no me preocupara por nada. –Lutz metió la mano en su camiseta cubierta de
carbonilla y sacó el colgante-. Me ha dado esto –dijo-, y me ha dicho que
viniera contigo.
-¿Conmigo? –Joan estaba atónita-…
¿Por qué?
-Creo que me estaba diciendo que
tenía un trabajo pendiente antes de poder seguir adelante.
-¿Qué era…?
Contarte la historia del fénix. O
sea, es a lo que me dedico. Cuento historias y supongo que mi cometido era
transmitirte el mensaje de la resurrección y la vida eterna.
Alguien salió de repente de entre
las llamas cercanas. Era un hombre. Tenía la piel aceitunada y lucía un grueso
bigote negro por encima de una sonrisa que sólo podía describirse como
deslumbrante.
Entonces el desconocido dio un
paso hacia ella y habló con una voz que era un cruce de música y plegaria.
-No hemos venido a ayudarte a
morir…, Joan –murmuró-. Hemos venido a ayudarte a vivir…
Se sintió flotar grácilmente por encima del paisaje color sepia, como envuelta por las alas de un gran pájaro (...)
Escrito por Joan Brady, que es la celebre autora de las novelas Dios vuelve en una Harley, Hasta el cielo, Dios en una Harley: El regreso y Te amo, no me llames, que han sido traducidas a numerosos idiomas y aclamadas por millones de lectores por su mensaje de fe, esperanza y autoafirmación. Dicta conferencias y cursos que promueven el crecimiento personal y la espiritualidad. Vive en California.
Editorial ZETA.
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